Cuando estaba con panza era uno de mis grandes interrogantes, como mis tetas, sexualizadas y desvinculadas de lo maternal, se podrían transformar en tu alimento.
Naciste gritando, bebito gelatinoso y tibio, y al poco rato encontrabas remanso en mi pecho, hincando tu mandíbula con una tenacidad sorprendente. Hoy sé que era la misma intensidad que te caracteriza, que te hace el noble, vehemente y tierno hasta la médula pequeño ser que sos.
Desde el principio, contra mi propio pronóstico, mis tetas, duras y calientes, rebalsaron de leche por vos. Tomabas noche y día, en interminables sesiones que se sucedían y solo eran interrumpidas por breves siestas y cambios de pañal. Crecías a un ritmo vertiginoso, los médicos nos aplaudían, rompías la tabla de percentiles a pura teta y las mamaderas no existían en tu mundo. Solo nuestras pieles en un abrazo tibio y tu boquita entreabierta en mi pecho cuando te entregabas al sueño. Siempre te fue difícil conciliar el sueño, salvo en la teta. Con la teta te dormías satisfecho y sin darte cuenta, colmado de deseo.
Me costó descubirme abrazando tu pequeño cuerpo tendido junto al mío, como el de un amante diminuto, durante nuestras sesiones de teta. Las buenas lecturas me descubrieron el camino de la maternidad salvaje, deseante y complaciente. Era hermoso entregarse a ese placer compartido, que con el tiempo fue sumando cosquillas, risas, caricias y miradas estalladas de ternura y amor. Nunca compartí tantas horas de piel con otra persona.
Cuando volví a trabajar, llegaba desesperada de la calle, casi corriendo, a sacarme toda la ropa, sucia de subte, extraños y sudor, para tirarme con vos en la cama a tomar la teta. Instantáneamente ese encuentro me llevaba de vuelta a la tierra, al hogar, a la vida dulce y pausada del calor hogareño, a mil años luz de la vorágine estresante de mi vida de oficina. Por esa época tenía el sueño recurrente de viajar en un submarino transparente, en cámara lenta, viendo hacia la superficie, donde bombas explotaban y todo estallaba y se descomponía a toda velocidad, mientras nosotros, calmos, sanos y salvos, éramos solo azorados testigos de ese transcurrir.
La teta no sólo te llevó a duplicar tu peso en menos de 3 meses, a crecer sano, fuerte y sin enfermarte jamás, también fue tu refugio, tu consuelo, el antídoto para todos tus miedos, tus golpes y tus angustias. La teta me dio superpoderes.
Nada ni nadie podía lo que yo. Esa era mi bendición y también el grillete que sujetaba mis tobillos.
No logré separarme por más de una hora de vos hasta casi tus 6 meses.
Tuve que volver a trabajar desesperando porque no aceptabas la leche de fórmula, castigar mis tetas con un sacaleches perverso encerrada en un baño para discapacitados, mientras contestaba mails de trabajo y corría para no llegar tarde a las reuniones.
Tuve que darte teta toda la noche sin lograr dormir y para luego tener que ir a trabajar como si nada hubiera sucedido. Tuve que resistir mordidas, arañazos, gritos, tirones de pelo. Que duermas con la teta apretada en la boca y que te despiertes cada vez que intentaba sacarla (para lograr ir al baño, tomar agua o comer luego de horas).
Me he dormido llorando del cansancio, para despertar luego en la madrugada a colgar un lavaropas, cepillarme los dientes o comer, tareas suspendidas porque reclamabas a gritos mi cuerpo adherido al tuyo.
Fue en esas noches que maduró la certeza de que mis tiempos no iban a ser los tuyos. Que llevábamos un año de “no negar, no ofrecer”. Y sólo había logrado – a regañadientes y luego de meses de conversación–que aceptes que la teta era para antes de dormir.
Cuando quedaba solo la teta nocturna (que tomábamos en secreto, jugando a escondernos bajo las sábanas) mi cuerpo comenzó a cambiar. Ya me resultaba imposible disfrutar de amamantarte, mis pechos empequeñecidos sufrían con cada toma.
Con la bronquitis y la noche de gritos y nervios llegó el punto de no retorno y la decisión de darle un corte.
Mudar tu cuna a tu cuarto fue muy liberador. Eso es lo genial de hacer el cambio cuando atravesaste todo el proceso: no hay nostalgia, no hay dudas ni remordimiento, sólo hay entusiasmo por lo que vendrá.
Atravesamos el final del camino tomados de la mano y nos reencontramos del otro lado, yo renacida luego de la primera noche de sueño sin interrupciones en 29 meses, vos más niño, más independiente, durmiendo en tu pequeño cuarto bajo la mirada tierna de un gran Totoro.
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